viernes, 29 de abril de 2016

Julián de Zulueta, médico español

Posiblemente ningún español haya llegado tan lejos como Julián de Zulueta en su empeño por erradicar la malaria, esa enfermedad que mata a casi medio millón de niños africanos cada año y cuyo Día Internacional se celebra hoy.
Julián de Zulueta en Villavicencio, Colombia, en 1949.En 1947, tras haberse exiliado a Colombia al estallar la Guerra Civil Española, el joven médico De Zulueta llegó a Los Llanos, una remota zona del país donde el paludismo campaba a sus anchas. “Yo siempre he tratado de ir a los sitios y vivir como la gente que pesca paludismo; no verlo de lejos, sino de inmediato: en las casas, durmiendo como dormían quienes vivían allí, en sus hamacas”, relataba De Zulueta en sus memorias Tuan Nyamok, publicadas por la Residencia de Estudiantes. Así que además de fumigar con DDT para aniquilar a los mosquitos, De Zulueta le propuso a sus cinco colaboradores que salieran de noche al campo y se dejasen picar deliberadamente. Todos aceptaron.
Aquellos hombres salieron a los claros de la jungla que había cerca de las granjas y esperaron con los pies y las pantorrillas desnudas a sentir el picotazo. Solo entonces, con mucho cuidado, recogían al mosquito con un tubo de ensayo para analizarlo. Todos pescaron la malaria. De Zulueta sufrió fuertes fiebres, pero sabía que gracias a la cloroquina la enfermedad no sería mortal. En el laboratorio analizó su sangre al microscopio y comprobó que estaba infestada no con una, sino con dos variantes del parásito del paludismo. Tras dos días en la cama sin poder moverse, comprendió mucho mejor a lo que se enfrentaba. “Pensé: Y hay gente con malaria, con paludismo crónico, que ha tenido este ataque una y otra vez. ¡Lo que supone de sufrimiento! ¡Lo que le quita de la vida a una persona, de su actividad y de su vida! De manera que haber tenido yo la malaria en Colombia me pareció una experiencia muy buena”.
En esos primeros experimentos, De Zulueta comenzó a entender los fundamentos básicos de la dolencia y el vector que lo transmite, como por ejemplo que los mosquitos tienen preferencia por unas personas más que por otras, como después han detallado muchos estudios científicos. También que hay mosquitos que prefieren alimentarse de la sangre de animales y otros especializados en picar las venas de los humanos.
De Zulueta trabajó como médico de enfermedades tropicales para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la mayor parte del tiempo a la cabeza de misiones de erradicación del paludismo. Su sobrenombre, el "señor de los mosquitos" (Tuan Nyamok), se lo pusieron los dayak de Borneo en 1953 durante una de sus primeras misiones. Después pasaría por Irán, Siria, Jordania, Irak, Afganistán, Pakistán, Uganda, Líbano, Argelia… en muchos casos viajando con Gillian, su mujer, y sus hijas. Su casa era un Land Rover mitad caravana mitad ambulancia que le cedió la OMS y con el que condujo literalmente por medio de varias guerras, armado solo con la diplomacia de la medicina. En algunos de esos países fue el primero en abordar el problema del paludismo y consiguió erradicarlo. En las fotos de aquellos tiempos De Zulueta es un hombre con mil caras. Se le ve casi desnudo con dos jóvenes que querían agradecerle su ayuda en Borneo, tocado con un pañuelo palestino perdido en algún lugar de Jordania, desenterrando su coche en medio del desierto de Siria y, en general, pisando lugares que no habían sido explorados antes ni por las autoridades de los países a los que era enviado y atrapando mosquitos para analizarlos en el laboratorio.
“Julián de Zulueta es muy poco conocido en España”, explica José García-Velasco, que preside la Institución Libre de Enseñanza (ILE), donde se educó De Zulueta. La sede madrileña de esta organización celebra esta tarde a las 19:00 horas un acto para reconocer la figura de este médico nacido en Madrid en 1918 y fallecido a finales del año pasado.
De Zulueta (1918-2015) era hijo de diplomático y se notaba, pues se ganó a los políticos, reyezuelos y líderes tribales allí donde fue. En Uganda, en 1959, poco antes de la independencia, la mayoría de instituciones del país se estaban desmoronando, incluida la sanidad, con huelgas y protestas constantes. En esa época alguien le preguntó cómo hacía él para conseguir ir y venir sin problemas, realizar las campañas de erradicación y hacer que los 100 trabajadores que tenía a su cargo siempre estuviesen disponibles. “Qué cómo lo hago, pues matándoles un búfalo cada dos semanas”, contestaba De Zulueta. Cada pieza que se cobraba con su rifle le daba unos 500 kilos de carne que, para sus famélicos trabajadores, era la mejor recompensa posible. “El búfalo se les subía a la cabeza, como a quien bebe. Los oías reírse, cantar, de juerga…, como si se hubieran tomado unas buenas copas. Pero en su caso no era por acompañar la carne con alguna bebida; era por la satisfacción de comerse dos kilos de búfalo”, relataba el médico, que añadía con humor: “he sido buen cazador, lo que no parece muy institucionista ¡Qué diría [Francisco] Giner [de los Ríos, creador de la ILE] de todo esto que estoy contando!”.
En Uganda estuvo investigando con el virus O’nyong-nyong, que no era letal pero producía fuertes dolores de huesos. El equipo analizó la sangre de la población local, en especial la de los niños, y vio que el virus interrumpía el ciclo del parásito de la malaria. De Zulueta quiso hacer un nuevo experimento en sus propias carnes y las de sus colaboradores: inocularse la malaria y después el O’nyong-nyong para saber si se podía detener así el avance del paludismo. Las autoridades locales aceptaron pero, cuando la OMS supo del proyecto, lo frenaron en seco.

Los asesinos de Carlos V

De Zulueta se jubiló en 1977 tras 25 años de servicio en la OMS, pero no abandonó la investigación de la malaria. En 2006 le pidió al Rey Juan Carlos que le dejara abrir la tumba de Carlos V para analizar su momia y averiguar de qué había muerto realmente. El Borbón se lo negó, pero después sí permitió que extrajese muestras de una falange del emperador que le habían cortado en 1868, cuando se destapó su sepultura. De Zulueta colaboró con Pedro Alonso, el otro gran malariólogo español, en el estudio de los restos de sangre del rey. Hubo que mandar el dedo a Barcelona. “El traslado se hizo en un coche fúnebre, escoltado por la Guardia Civil”, relata. Y el análisis confirmó que Carlos V murió de malaria en su retiro del monasterio de Yuste. “Yo hice el examen microscópico. Una de las láminas era para un libro de texto sobre medicina tropical o historia de la medicina: se veían parásitos fósiles que, además, ¡habían matado al emperador!”, recuerda De Zulueta. Las imágenes se cedieron a Patrimonio Nacional para que cualquiera pudiese ver a los asesinos de Carlos V.
Apasionado por la historia de la medicina y la navegación, De Zulueta hizo importantes estudios históricos de cómo las enfermedades influyeron en las batallas importantes. Él decía que España había pedido en Trafalgar por culpa del zumo de limón. Los británicos sabían que la vitamina c evitaba el escorbuto y por eso Nelson le daba a sus hombres jugo de cítricos con ron, ración doble el día de la batalla. Los españoles, en el mejor de los casos, recibían vino y eran presas del escorbuto.
De Zulueta también consiguió localizar en Reino Unido los cuadernos de bitácora de las naves inglesas que hundieron La Mercedes en 1804 y que sirvieron como prueba en la batalla judicial que le dio al Gobierno español el triunfo sobre la empresa cazatesoros Odyssey. El médico madrileño fue también alcalde de Ronda (Málaga) por el PSOE e hizo un trabajo decisivo para defender los bosques de pinsapos de esa zona y, después, impulsar los planes de conservación del Oso Pardo en el norte de España. De Zulueta murió en Ronda el 8 de diciembre de 2015.
“La vida de Julián da para hacer una película de aventuras”, reconoce García-Velasco, que hoy intervendrá en el homenaje al médico madrileño. “Julián fue producto de un momento, un ejemplo de gente de primer nivel; España se quedó sin ellos, pero al menos el mundo se benefició”, concluye.

Hertha Marks Ayrton, la científica que inventó el arco eléctrico



Hertha Marks Ayrton nació el 28 de abril de 1854 en Portsea (Inglaterra) en una familia humilde de ocho hermanos. Quizás no te suene su nombre, pero esta ingeniera fue pionera en el estudio del arco eléctrico, lo que posibilitó la llegada de la electricidad tal y como la conocemos. Con motivo del 162º aniversario de su nacimiento, Google ha decidido homenajearla con uno de sus famosos doodles.

Hertha Marks AyrtonEl padre de Hertha Marks Ayrton, Levi Marks, fue un inmigrante polaco, relojero de profesión, que tuvo problemas para ejercer como vendedor ambulante en Inglaterra. En 1851 se casó con la hija de Joseph Moss, un comerciante de vidrio en Portsea, Hampshire, y con ella tuvo ocho hijos. Levi murió en 1861, cuando su mujer, Alicia Teresa Moss, estaba embarazada por octava vez. Costurera de profesión, Alicia sacó adelante a todos sus hijos hasta que estos fueron lo suficientemente mayores para trabajar.

En 1881
 Hertha Marks Ayrton comenzó a dar clases particulares, al mismo tiempo que seguía estudiando Física en el Finsbury Technical College. Allí conoció al que se convertiría en su marido, el profesor William Ayrton, con quien se casó en 1881. Juntos avanzaron en el campo de la electricidad hasta convertirse en especialistas en el campo del arco eléctrico. Hertha Marks Ayrton 
comenzó estudiando en casa, y trabajando como institutriz a los 16 años. Pero gracias a la ayuda de su tutora, desafió los estándares de su tiempo, y estudió en el Girton College entre 1877 y 1881, especializándose en Matemáticas. 
En 1899 se convirtió en la primera mujer que integró la Institución de Ingenieros Eléctricos y en 1902 publicó el libro 'El arco eléctrico', una obra que obtuvo una gran aceptación y excelentes críticas. Sin embargo, Hertha Marks Ayrton no pudo presentarlo en la Royal Society de Londres, ya que era una mujer, y su trabajo fue leído por un hombre. 
Aunque el mayor de sus logros fue la invención del arco eléctrico, no fue el único. A mediados del siglo XIX no era precisamente fácil para las mujeres acceder a la Universidad, pero Phoebe Sarah Marks (el nombre con el que nació) desafió los prejuicios de la época.
Pero sus éxitos no acabaron ahí. Nacida en una época nada fácil para las mujeres, Hertha Marks Ayrton sufrió en sus propias carnes la discriminación por sexo a lo largo de toda su vida. Quizás por eso, además de ser una de las científicas más destacadas del siglo XX, decidió también convertirse en una luchadora incansable por los derechos de la mujer y en una activista por el derecho al voto femenino en Inglaterra.
Gracias a este activismo social, Hertha Marks Ayrton llegó a ser vicepresidenta tanto de la Federación Británica de Mujeres Universitarias como de la Unión Nacional de Sociedades por el Sufragio de las Mujeres.
Hertha Marks Ayrton murió en 1923. Apenas dos años después se creó una beca en la universidad de Girton que lleva su nombre.